Aquel día ví la cinta de vídeo una y otra vez para tranquilizarme. Y la sigo viendo, sobre todo las tardes solitarias o en cualquier otro momento en el que dude que a vida vale la pena o cuando necesito valor o cuando me aburro. Cada vez que veo saltar a la mujer de la planta setenta y ocho de la Torre Norte, se le sale uno de los zapatos de tacón y flota por encima de ella, el otro se le queda en el pie como si le estuviera pequeño, se le sale la blusa por fuera, el pelo se agita, los miembros se le quedan rígidos mientras ella cae en picado con un brazo en alto como si fuera a sumergirse en un lago en verano; me abruma la impresión porque es hermosa. Ahí está una persona zambulléndose en lo desconocido, y lo hace completamente despierta”.
Ottessa Moshfegh